Hay un efecto sorpresa por cómo parecen estar viviendo los niños el confinamiento. Por Mercedes Facio.

¿No estáis hartas del positivismo hueco que circula por las redes? ¿El de las redes, los mensajes de whatsapp del grupo de familias del cole? Con estas preguntas iniciaba una amiga mía la conversación que mantuvimos por videollamada hace un par de días.

 Se refería a un positivismo exaltado que circula en tiempos de confinamiento. En mi caso particular, en el grupo de whatsapp de padres y madres de mis hijas no ha sido así, estamos siendo  bastante serenos, respetuosos y poco invasivos.

Pero sí, he de admitir que por momentos se vuelve cargante esa idea vacía de mirar en positivo basada en frases hechas que se repiten cual mantras o manuales de autoayuda. O esa exaltación del tiempo en familia con fotos de famosos haciendo  mil actividades con sus hijos en sus amplios jardines y gimnasios particulares. Encuentro respetable este positivismo como mecanismo de defensa al tiempo que me resulta anodino. 

Tampoco comparto la elevación a los pedestales de la heroicidad de estos momentos, no porque desmerezca el trabajo y esfuerzo sobrehumano que están haciendo muchos sectores de nuestra sociedad a los que salgo a aplaudir cada día, sino porque los encuentro más admirables justamente porque son humanos. 

 No sólo la angustia se hace muy presente estos días, también el desasosiego, la incertidumbre, la alegría y la reflexión,  la impaciencia, la impotencia, el miedo y el cansancio, el enfado y el agobio, el aburrimiento, el goce y la ternura, la solidaridad y el agradecimiento y por supuesto el humor; todas ellas manifestaciones poco heroicas, muy humanas.

Hay padres y madres haciendo malabares para encontrar el tiempo para trabajar y estar con los niños, otros que se han quedado sin trabajo o que temen por su futuro o el de su pequeña empresa, todo esto sumado a una situación de encierro inédita hasta ahora. 

Hay niños tapados de tareas escolares  y madres y padres que no son maestros ni quieren serlo. Niños confinados en casa sin poder hacer todo lo que hasta un mes atrás era parte de su vida cotidiana.

Pero, por otra parte, tampoco creo algo que he leído por ahí, que este aislamiento sea para los niños una especie de oscuro castigo que produciría efectos psicológicos negativos, no especificados por cierto.

Evidentemente el aislamiento decretado por el Estado de alarma tiene y tendrá efectos en cada uno de nosotros y también en los niños y niñas. No todos serán negativos, no todos serán positivos (si es que es posible clasificarlos en esos términos puramente opuestos). Pero es que el crecimiento y el aprendizaje también tienen que ver con cómo cada uno hace con las dificultades y los acontecimientos imprevisibles de la vida y con los efectos que producen.

Es la vida y es la realidad que les ha tocado vivir a nuestros hijos. Lo que me parece  digno de mención y análisis es preguntarnos cómo lo están llevando los niños sin caer en tópicos, idealizaciones o victimismos.

Evidentemente cada niño o niña lo vive de una manera particular, dependiendo entre otras codas, de su manera de hacer con lo imprevisible que ha limitado su vida de un día para el otro y con un modo singular de acercarse a la idea del contagio y la muerte que en algunos se presenta acompañada de mucha angustia.

Pero también influye su realidad material más concreta: el piso o la casa en la que vive (si es pequeño, oscuro o luminoso, compartido, si tiene jardín…), si sus padres continúan trabajando  o no, si éstos están preocupados porque se han quedado sin trabajo o con un ERTE, si hay situaciones de precariedad tecnológica que afecta la realización de las tareas escolares y el contacto con las amistades.

Por no hablar de aquellos hogares en situaciones de malos tratos o de riesgo que el confinamiento intensifica ni, por supuesto, de aquellos que han perdido a un familiar en esta pandemia del que no han podido despedirse. 

Dicho esto y sin ánimo de generalizar, los testimonios más habituales que he obtenido de pacientes así como de amistades y familiares con hijos pequeños son: “lo llevan mejor que nosotros”  o “mejor de lo que hubiese pensado”. Hay un efecto de sorpresa por cómo parecen estar viviéndolo los niños.

¿A qué se debe que los niños  puedan “sobrevivir” al confinamiento tantos días? ¿Qué efectos está teniendo el aislamiento en algunos de ellos?

Evidentemente que los niños estén acompañados por sus padres en estos momentos es un factor fundamental. Su presencia pero también  su ausencia (que haya momentos de intimidad y soledad dentro de las limitaciones del espacio) son importantes en estos momentos de confinamiento.  

Muchas personas me transmiten que ahora están más tiempo con sus hijos y ellos “lo agradecen”. Sin embargo, me parece que el motivo de que éstos lo lleven bien no es que estemos más tiempo con ellos. 

Creo que es debido a que a lo largo de los días juntos en nuestras casas, sin las prisas cotidianas o el ritmo frenético en el que vivíamos, han podido surgir momentos de encuentro y de ocio más pausados (juegos de mesa, cuentos, montaje de cabañas, casas, bares, escuelas…). 

Así como la creación de  juegos, juguetes o decoraciones que antes comprábamos en alguna tienda por 2 euros en lugar de hacerlo nosotros. No tiene que ver con que los padres y madres  estemos más o menos pendientes de ellos o de entretenerlos más tiempo sino de acompañarlos, escucharlos y compartir momentos sin prisas.

Una mamá de tres hijos pequeños me comentaba “tanto padres como hijos nos hemos conocido mucho más, o mejor dicho, los padres estamos dedicando tiempo que jamás les dimos. La vida actual nos lleva a hacer mil actividades programadas y salidas que nos privan de ese tiempo con los niños. Las vacaciones mismas acaban siendo una actividad tras otra fuera de casa”. 

El confinamiento también está dando  lugar al aburrimiento y como señala el psicoanalista José Ramon Ubieto en su libro “Niñ@s hiper”, el aburrimiento y el juego libre son factores  fundamentales para que la creatividad y el pensamiento puedan surgir.

 Otra madre me contaba que en su caso, su pareja y ella trabajan y la dificultad para poder trabajar estando también al cuidado de sus hijas ha provocado que la niña pequeña juegue más tiempo sola y que la mayor lea, una afición que hasta ese momento no tenía.

Esta época también nos pone ante la evidencia de que los niños saben y entienden, se les ha explicado y saben que hay un virus del que tenemos que cuidarnos y que nos mantiene a todos encerrados en casa, muchos  se quejan por no poder salir pero lo entienden.

Tampoco nos olvidemos que los niños ya cuentan con algunos recursos privilegiados en momentos como estos: la imaginación, el juego, los cuentos y el dibujo les permiten transportarse a otros escenarios, diferentes historias, ser variopintos personajes…todo eso sin salir de casa. Tienen la suerte de poder volar a otros lugares aunque estén encerrados en cuatro paredes, poseen otro manejo del tiempo y el espacio, un manejo más lúdico y creativo.

Los niños juegan y elaboran. El psicoanálisis nos enseña que éstos no juegan sólo para divertirse, juegan para elaborar situaciones, cuestiones, preguntas. Hace unas semanas, mi hija mayor llamó por videollamada a una amiga y un amigo de su cole, lo primero que hicieron fue ponerse  a jugar al escondite. Me pareció una maravillosa interpretación de lo que están viviendo ¡cada uno escondido en su propia casa!

Así como el cartel de “NO ENTRES” que cuelga de la puerta de la habitación de mi hija es su intento de reservar algún espacio de intimidad dentro de la intensa convivencia familiar y de señalar  que hay lugares prohibidos (como esos lugares a los que ella no puede ir).

Por supuesto, las tecnologías también hacen su función,  los niños, los jóvenes y adultos pasamos bastante más tiempo conectados a las pantallas, quizás demasiado es verdad, pero  ahora más que nunca son ventanas a otros mundos. También nos permiten seguir en contacto con los demás, las videollamadas o los juegos en línea son maneras de mantener el vínculo con los amigos, la maestra y la familia.

Dos pacientes con niños de 8 y 12 años me comentaban que sus hijos varones están felices, de momento no echan de menos el contacto con sus amigos, pueden jugar con ellos on line. Ahora más que nunca la tecnología les permite estar aislados y a la vez conectados.

Sin embargo, no tenemos que olvidarnos que en muchos casos los niños no nos hablan de sus miedos o su malestar, los manifiestan con rabietas, llantos aparentemente inmotivados, haciéndose pipi en la cama, con sus pesadillas o insomnio…

Y por supuesto que echan de menos a sus amigos, abuelos y otros familiares, hablan de ellos, piden llamarlos o enviarles mensajes, quieren volver al  cole o la guardería. El vínculo con el otro, el contacto presencial con sus semejantes es fundamental como también con otros adultos que no son el padre o la madre.  ¿Cómo y cuándo retomarán esos contactos?

Si bien parece que cuando la famosa curva esté  estabilizada se podrá empezar a pensar en que los niños puedan salir de casa, tengo mis reservas acerca de cómo se aplicará esta medida. Porque no parece una propuesta planteada pensando en los niños en particular, todo apunta a que será una medida generalizada y es muy diferente un bebé a un niño o un adolescente. ¿Podrán salir en bicicleta, con el patinete, a pasear a un parque?

Creo que el verdadero desafío está en inventar propuestas y medidas que vayan más allá de la idea de que a los niños les ha de dar el sol y el aire. Escucharlos y plantearnos cómo, poco a poco y de manera prudente, los niños pueden ir recuperando  y haciendo uso de algunos espacios públicos de la manera en la que lo hacen ellos: jugando, interactuando, investigando, corriendo…

Si la seguridad y la prudencia lo permiten ¿no es posible, en los edificios con zonas comunes, darles prioridad  (quizás organizándose por turnos) para jugar a la pelota con sus padres, sentarse a hacer un picapica, saltar a la comba o buscar  hormigas…? Y cuando sea posible ¿se les dará prioridad para poder ir a espacios abiertos como parques o playas guardando las distancias necesarias y manteniéndose con su grupo familiar?  

Escucharlos  también es tener en cuenta las dificultades de escolarización online que tienen muchos, ya sea por falta de ordenadores o móviles o wifi, o por la situación particular de cada uno en el confinamiento. Esta es una situación excepcional en la que a nivel educativo también se habrá de tomar medidas excepcionales.

 ¿Retomarán el colegio en mayo o junio? ¿Podrán hacer un cierre de curso? ¿Y despedirse  de sus amistades aquellos niños y niñas a los que el aislamiento cogió en su último año de una etapa educativa? Si no es así  habrá que encontrar la manera de que en el momento más propicio estos niños y jóvenes puedan despedirse, para que ese pasaje no quede también inconcluso.

Esta es la realidad que les ha tocado vivir y eso no podemos evitarlo pero sí podemos  acompañarlos a transitar este difícil momento e inventar con ellos algunas soluciones que les permitan elaborar, resolver y concluir lo que el aislamiento dejó interrumpido.