Soledades adolescentes. Por Cristian Figueredo Braslavsky

La soledad es un lugar común que encontramos en el centro de toda experiencia vital. Por decirlo de una manera clara siempre nos enfrentamos, paradójicamente, a nuestra propia soledad. La compañía inevitable de un vacío es aquella con la que debemos aprender a hacer. Son muchos los adolescentes que se ven abrumados al ser habitados por esta sensación de soledad, muchas veces con forma de verdad. Más allá de lo verdadero que pueda ser el encontrarse solos, sin ningún otro a quien dirigirse, lo interesante es poder pensar como un adolescente puede enfrentarse a esta sensación, que la mas de las veces se sostiene a pesar de estar rodeados de gente.

No siempre el estar junto a otros, ya sea físicamente o en las redes sociales, nos remite a la idea de sentirnos acompañados. Para el adolescente es una tarea difícil el encontrar la forma de hacerse un lugar en el otro y más aún cuando, aparentemente, se multiplican exponencialmente las formas de poder «conectarse» con el mundo. Es en este sentido que pienso la gran paradoja que se plantea en la actualidad, al confundir los medios de comunicación y los espacios posibles de encontrarse con «un encuentro con otros».

No existe posibilidad que se produzca un verdadero encuentro sin que previamente exista un deseo de dar lugar al otro. Es decir que podríamos pensar como una condición imprescindible el espacio que uno puede hacer para que otro pueda venir a ocupar ese lugar compartido. Es un relato habitual que escucho a diario en los adolescentes el sentirse solos más allá de todo el mundo que los rodea. Pero ¿En qué consiste este sentirse solos? Cómo una respuesta general podría decir que lo equiparan al no sentirse escuchados, al sentir que su relato no tiene cabida en el mundo que los rodea.

Como sí de una imagen en el espejo se tratase el reclamo que gritan a viva voz: «no me entienden», se les vuelve de forma invertida bajo la forma «no me entiendo». Es así que partimos de un reclamo que estando dirigido a otro, en lo más íntimo corresponde a una incomprensión sobre sí mismos. De este modo podemos vislumbrar en el horizonte la gran dificultad que para un adolescente representa el sentirse solo e incomprendido. Lugares comunes que habitan muchos adolescentes y que tendrán que inventar su propia forma de atravesarlo.

La insistencia por parte de los adultos de mostrarse permanentemente presentes, omnipresentes podríamos decir, es lo que justamente fortalece la sensación de incomprensión y soledad. La presencia, en sí misma, no tiene ningún valor ya que se trata del tipo de presencia. Uno, como adulto puede estar permanentemente encima de sus hijos, pero estar a una distancia inalcanzable para el vínculo desde el amor.

La presencia hay que pensarla en términos de saber que el otro puede estar y no bajo un prisma casi persecutorio en donde existe la certeza de que el otro está siempre ahí, quiera o no quiera uno. El vínculo desde la perspectiva del amor hace que cuidemos al otro y que busquemos su presencia. Para qué esto suceda, la omnipresencia adulta en el sentido del cuidado y el control debería virar hacia un lugar más amable que permita al adolescente buscar su momento y su forma de acercarse.

La soledad está presente en nuestras vidas y el adolescente no es la excepción. No hay quien no la experimente, por lo que no se trata de huir de la soledad que muchas veces nos angustia, sino de pensar y generar espacios para que cada uno a su manera y en su momento, pueda compartir su mas íntima soledad con otras soledades. Así será el verdadero encuentro con otros en donde las múltiples soledades ya no estarán sin un otro.