El niño como espectáculo. Por Cristian Figueredo Braslavsky

Aquellos quienes somos madres y padres de niñas y niños en edad escolar tenemos un denominador común: El grupo de Whatsapp del colegio. Una herramienta que en algunas ocasiones puede ser útil, como cuando alguien no llega a la hora de la salida del cole, o cuando no sabemos si hay tal o cual actividad, se establece como un canal más para mostrar las ocurrencias de las niñas y niños y por extensión narcisista, lo ocurrente de sus progenitores. Casi como una competencia tácita para mostrar quien es más divertido y ocurrente. Hace unos días que en el grupo de whatsapp del colegio de mi hija, a iniciativa de uno de los participantes, comenzaron a demandar vídeos de lo que están haciendo los niños en casa en estos días de confinamiento, para editarlo y enviárselo a sus maestras. Sin dudas una iniciativa bien intencionada, pero que resalta y pone en evidencia la lógica de la época. El niño como espectáculo.

Realmente me ha resultado incomodo por mi propia posición frente a este tipo de cosas, pero no se trata de mi posición subjetiva, sino de poder hacer una lectura de esta cosificación de la infancia, que bajo lo divertido y simpático, coloca a nuestros hijos en un lugar que ignora su subjetividad, pasando por encima de su intimidad y deseo y llegando a una falta de pudor que debería funcionar como salvaguarda lo que es de uno y no de todos y para todos.

En el periódico EL PAÍS del día de hoy hay publicaba una nota titulada: «Cuarentena y WhatsApp: los expertos piden prudencia y no sobrexponer a los niños en Internet« [VER NOTA]. Sin adentrarme en el contenido de la nota, sí me quedo con lo inquitante que aparece de forma insistente y que empuja, siendo una necesidad la de mostrar, de hacer notar, de quitar el velo de lo íntimo para pasar al espectáculo público.

Me parece incluso más importante la reflexión, que medir los efectos que pueda tener en cada niña y niño la exposición, que no solo que no demandan sino que no tienen la capacidad lógica de medir en tanto consecuencias de esa exposición. La reflexión es un ejercicio que la filosofía pone en práctica y que conviene retomar día tras día. Lo imaginario se hace fuerte y predomina en el tiempo en donde lo que se hace incomodo es la presencia de los otros, el tiempo de estar, no siempre felices y contentos, sino también es un tiempo en donde podemos estar tristes, angustiados, rabiosos, pero estar. La necesidad de mostrar se presenta como una salida en falso a aquello que es en muchas ocasiones insoportable.