La adolescencia y la soledad de no pertenecer. Por Cristian Figueredo Braslavsky

La adolescencia y la soledad de no pertenencer.

Hace pocos días han compartido conmigo un texto que llamó mi atención y ha sido una excelente sorpresa. Hasta ese momento, nada conocía de la escritora Brasileña Clarice Lispector. Lo que me hizo morder el anzuelo, fue el título de un artículo que escribió hace 40 años en un periódico de Brasil y conformado por cinco palabras: «La soledad de no pertenecer». Así es que el sugerente título me llevó a pensar directamente en la adolescencia y leyendo sobre la autora, me doy por enterado que en las redes sociales su imagen con algunas frases extraídas de sus textos y otras que no le pertenecen, son furor en las redes sociales y particularmente entre los adolescentes.

Justamente en la adolescencia es que se pone en juego la soledad y lo que íntimamente produce en cada adolescente esa sensación, que bascula entre la necesidad de abrirse paso en el mundo «libre» de los adultos, dejando atrás los seguros  amarres de la infancia y por otro lado la angustia de lo inesperado, que está por delante, siempre enigmático e impredecible y frente a lo que no hay garantías.

El pertenecer podríamos pensarlo como uno de los ejes centrales de la adolescencia ya que no es posible pensar el tránsito por esta etapa sin las referencias e identificaciones con los otros, sin el soporte del grupo como red de contención ante el salto al vacío que implica salir al mundo que está más allá de la puerta de casa de los padres.

No hay adolescencia que no transite lo traumático, puntualizando que lo traumático no es sinónimo de patológico. Lo traumático es aquello que de forma imprevista se nos presenta y desborda, sin tener la capacidad para poder hacer una elaboración de aquello que se ha hecho presente. Frente a lo traumático están todas las posibilidades de poder hacer algo con ello que nos permita intentar reconstituir cierto status quo y tomar la experiencia, pero también frente a lo que no sabemos hacer y no podemos poner en palabras se presentan los síntomas como soluciones más o menos transitorias, más o menos incómodas.

En la adolescencia podemos encontrar síntomas como las conductas de riesgo  y los excesos, las adicciones, las dificultades con la comida, conductas agresivas, problemas en la relación con los otros y muchas otras expresiones que ponen en evidencia que algo no va bien, que hay algo que no termina de encontrar un buen cauce y una buena forma.

Justamente frente a aquello que no funciona y que evoca al sufrimiento y el malestar, que en la más íntima soledad viven los adolescentes, es que la apuesta por un espacio terapéutico va junto a la apuesta por la palabra y por dar un lugar desde donde se pueda alojar esa soledad y convertirla en motor de algo nuevo. Constituir un espacio de escucha que sin juzgar y respetando su particular forma de hacer con lo que le pasa, es que se perfila una vía posible a «inventar» las respuestas a sus propias inquietudes y desconciertos, que den una buena forma a aquello que les desborda y que al fin y al cabo, puedan vivir de un modo más amable consigo mismos y con quienes les acompañan.

Para finalizar tomo parte del artículo al que inicialmente me refiero, que da muestras de la importancia de poder dar un lugar a esa soledad como punto de partida a una nueva forma,  que permita el buen lazo con los otros. En relación a su propia experiencia sobre el pertenecer la enigmática escritora dice: » La vida me ha hecho de vez en cuando pertenecer, como si lo hiciese para darme la medida de lo que pierdo cuando no pertenezco. Y entonces lo supe: pertenecer es vivir. Lo sentí con la sed de quien está en el desierto y bebe con ansia los últimos tragos de agua de una cantimplora. Y después la sed vuelve y camino realmente por el desierto. *

 

* Clarice Lispector, Aprendiendo a vivir, pp. 126-128. Traducción al Castellano de Elena Losada. Editorial Siruela. Madrid, 2004.