El exceso como síntoma. Por Cristian Figueredo Braslavsky

En la actualidad no es sencillo abstraerse o tomar cierta distancia del empuje desmesurado y bajo la forma de una fuerza constante que impone el sistema imperante en la sociedad que conformamos y constituimos, para poder observar con detenimiento las consecuencias que conlleva el vivir y afrontar la vida de una determinada manera.

Son muchísimos los signos que podríamos enumerar y que muestran los efectos de este torrente veloz y potente que imprime el día a día, pero en particular quiero detenerme sobre los efectos que se observan en la clínica que aborda el sufrimiento subjetivo.

Las consultas de los servicios de Salud Mental reciben de forma constante los síntomas que de uno en uno se presentan, pero que muestran y hablan de lo que no va bien en cada uno, a la vez que denuncian los estragos de un sistema que empuja al exceso.

No es casual que los principales motivos de consulta sean ansiedades, depresiones y excesos con las drogas, la comida, el juego y un listado infinito. Estos tres grandes núcleos en los que podemos ubicar los principales motivos de consulta nos ilustran sobre los efectos que en cada persona se hacen presentes.

La ansiedad como signo inequívoco de la velocidad y empuje frenético a llegar a alcanzar lo inalcanzable se ha convertido en el estandarte del capitalismo. La promesa de que el momento de gozo y felicidad está justo detrás de aquello que hay que conseguir, da igual que sea aquello, es la lógica interminable que conduce a los mas ansiógeno. Nunca es suficiente, siempre es insuficiente. Esta lógica simple y siniestra la podemos ver en cualquier lugar, no solo reducida al ámbito laboral. El empuje a aquello que falta y que promete completarnos y satisfacernos, se ha instalado en lo mas intimo de cada uno y ya no es necesario un amo que a punta de pistola o con el buen dominio del látigo exija el no parar, es ya cada uno quien se exige y no se detiene.

Las depresiones podemos leerlas en cada caso en particular y desde diferentes prismas, pero si ajustamos la lectura según el prisma de la época, las consecuencias de no estar en grado de responder a las exigencias de lo auto impuesto tiene como contra partida la impotencia y la caída de la propia persona que «no puede mas». No hay mas que escuchar el discurso depresivo para poder localizar como su caída es en torno a aquello que ya no puede alcanzar. Es por tanto la certificación de que ya no puede, que ya no vale.

Pero el exceso como reproducción sintomática de lo actual es evidente. Todo síntoma denuncia lo que no funciona, es a través de los efectos que podemos estar advertidos que algo no va bien. En la actualidad los excesos forman parte y son denominador común de los motivos que llevan a una persona a consultar a un servicio de salud mental. El exceso se hace evidente y no encuentra un límite desde la lógica. Cada persona se hace generador y portador del mal del exceso. No hay limite al consumo, no hay limite al trabajo, no hay limite a la ingesta de alcohol o alimentos, no hay limite al sufrimiento, no hay limites.

Es justamente que frente a esta falta de limites que se presentan en la diversidad de expresiones sintomáticas y leído desde otra lógica, se hace fundamental promover y proponer un espacio en donde el protagonista pueda ser aquel que consulta y trae su sufrimiento, para que pueda ponerse en entredicho y discusión , saliendo de la lógica del control y la restitución de la normalidad.

Cuando el síntoma denuncia un malestar, lejos de apuntar a eliminarlo silenciosamente, debemos apostar por dar lugar a la palabra como vía para poder dignificar a esa denuncia de un malestar. El limite al exceso es posible cuando tenemos la posibilidad de entender a qué responde al empuje frenético y sordo que se impone desde afuera y que acalla lo mas intimo de cada uno de nosotros y de nuestro deseo.