Anorexia, trauma y depresión. Por Cristian Figueredo Braslavsky

El último 7 de Diciembre de 2019, se ha publicado una nota en el periódico EL PAÍS que llevaba por título Anorexia, trauma y depresión, en la que relata la relación con lo patológico de la conocida cantante Alanise Morisstte. [ACCEDER A LA PUBLICACIÓN.]

No puedo dejar pensar en los efectos que se desprenden de la lógica del discurso imperante en la civilización. No se trata de un caso aislado, como se ve no solo en la serie de noticias que he ido comentando sobre diferentes artistas que han relatado de algún modo su relación con los síntomas que muestran y dan a conocer el malestar y el sufrimiento que busca una salida.

El modo en que se constituye un síntoma responde a una doble lógica y no es una cuestión azarosa, aunque lo inesperado y fuera del calculo siempre hace su presencia y conforma un principio ineludible. Por un lado esta la lógica de la época que envuelve a cada una de las subjetividades que hacemos conjunto y por tanto conformamos un espacio y tiempo compartidos como sociedad. En el propio articulo podemos rescatar algunos puntos en donde la propia Alanise destaca lo que significa la imagen en Estados Unidos (obviamente no solo allí, aunque hay ciertas particularidades) cuando dice: «En Europa es algo más suave, pero en Estados Unidos es muy duro. En los Ángeles, donde vivo, todo gira alrededor de estar perfecta. La belleza ahora se define por los huesos que sobresalen de tu escote. Que ese sea el estándar para las mujeres es realmente peligroso».

Lo imaginario, lo que se muestra, lo que se observa, lo que se mira, adquiere una categoría en si misma y al modo de un volverse sobre si, de un repliegue, lo que se produce es un circuito cerrado en donde hay una verdadera dificultad para que algo o alguien rompa ese circuito. Justamente sobre este punto se asienta la construcción del síntoma anoréxico, que se constituye como una entidad impenetrable y fundada en si misma y para si misma. Por eso es que las palabras que vienen de otra persona (madre, padre, profesionales) y que apuntan a mostrar lo dañina y mortífera de la posición de la restricción alimentaria, son inútiles, inocuas, son palabras sordas. No existe un cortocircuito entre la persona que decide restringir la alimentación y la propia restricción. Son los otros quienes no entienden…

Por otro lado podemos leer este tipo de síntomas como la anorexia, la bulimia, la depresión, la ansiedad, las adicciones, en clave de la civilización que sostiene estas particulares formas epidémicas de mostrar lo que no funciona. Lo cierto es que en un mundo donde a pesar de las innumerables evidencias de los nefastos efectos que vuelven sobre nosotros como consecuencia de un consumo desmedido y tonto, continuamos encontrando en el consumo y el crecimiento infinito un velo que sostiene la idea delirante de la inmortalidad y de la negación sobre el limite.

El modo de abordar lo que sistemáticamente se presente bajo estas formas que hemos nombrado y tantas otras, no puede ser a espaldas del mundo que nos toca vivir, a la vez que se hace necesario el poder generar un espacio que lejos de rechazar el modo en que cada cual construye una forma de hacer con lo que le hace sufrir, lo que debemos sostener, facilitar y defender es un espacio en donde se de lugar y dignificar lo que no funciona, porque siempre hay algo que se escapa, algo que no se sabe, algo que nos excede…