Adolescentes digitales. Por Cristian Figueredo Braslavsky

Son recurrentes los conflictos que surgen entre padres e hijos en torno a los dispositivos tecnológicos. En muchos casos se trata de cómo limitar el uso de los dispositivos que bajo la forma del exceso dejan aislado al adolescente de la familia y del mundo real. En otros casos podemos ver como estos dispositivos forman parte de la “negociación” y que toman los padres como una forma de “motivar” al adolescente a que se haga responsable de las tareas de la vida como los estudios, las tareas domésticas, etc.

Pero ¿Sabemos realmente la relación que el adolescente tiene con lo digital?¿Qué lugar tiene en su vida lo que a vistas del mundo adulto se dicen nuevas tecnologías?.

Sin dudas es un tema difícil de tratar y de pensar, ya que nos encontramos en un momento en donde hay dos generaciones con una lógica diametralmente opuesta en relación a lo digital. Por un lado tenemos a la generación adulta que ha tenido que aprender a establecer una relación con la tecnología y que esta se ha sustentado en la forma de una herramienta que facilitaría su vida laboral y social. Lo que antes se hacia de forma casi artesanal podríamos decir, como escribir una carta a un amigo o la espera que había que experimentar por el retorno de una llamada que no había podido ser respondida porque el destinatario no se encontraba en el lugar al momento del llamado, ahora ha quedado en un nostálgico recuerdo cuando la gran mayoría de los adultos hace uso de las “nuevas” tecnologías para estar conectados y ser más productivos.

Ahora bien, ¿Qué sucede con los adolescentes que han nacido con la tecnología? Un escritor sobre pedagogía digital ha acuñado un término que me resulta sugestivo y muy interesante: nativos digitales. Es muy distinta la relación que establecen con los dispositivos por el hecho de que han nacido con ellos, es decir que forman parte de su vida y no son vividas como “herramientas” que pueden utilizar, sino más bien que ellos mismos son tecnología.

Sin lugar a dudas debe haber un límite en esta relación, como lo debe haber en toda relación y en este caso los padres deben ser garantes del buen límite que pueda regular la forma en la que los adolescentes se relacionan con y a través de los dispositivos.

La cuestión a pensar es en que momento se establecen las formas de límite que uno asume como propias en su relación con el mundo. El adolescente por un lado está librado al sin limite de lo pulsional que toma fuerza hacia un empuje que le lleva a actuar. El acto siempre tiene un punto de descarga que permite la liberación de un cúmulo de “energía” bajo cierta forma de alivio.

El punto que entiendo importante es qué tipo de forma toma esa descarga, ya que en principio podríamos identificar dos tipos posibles de destinos. Uno es bajo una manera elaborada que puede conectarlo con la vida, como pueden ser los deportes, el arte en sus diferentes vertientes, inclusive lo tecnológico o el saber puesto al servicio de sus intereses.

Por el otro está la violencia hacia otros o hacia uno mismo, una relación endogámica con lo tecnológico que lo aparte del mundo, el abuso de sustancias y tantas otras formas que lo desconecten de la vida o bien lo conecten de una mala forma.

La posibilidad de saber hacer con lo que uno tiene y lo que es, estará siempre orientada por el deseo y las formas en que éste pueda aparecer, siendo una condición esencial para que aparezca, la posibilidad de abrir espacios para que el deseo se manifieste. Es necesario en este sentido abrir tiempo y espacio para que el propio adolescente pueda desplegar su deseo y enfrentarse a lo inevitable de la pregunta por lo que quiere, por lo que le sucede y en última instancia por quién es.

Este momento requiere de un tiempo que es particular de cada uno y nunca universalizable. El adolescente necesita una orientación que le guíe en el momento de realizar este recorrido pero hay que tener muy presente que las coordenadas se vienen escribiendo desde la más tierna infancia. No hay que dejar de lado que antes que adolescente se fue niño. Por ello lo verdaderamente importante es estar presentes sin violentar, acompañar sin empujar, regular sin dejar de escuchar y apartar la culpabilización por introducir los límites que en su buena medida son fundamentales y necesarios.

Frente a la culpa de los padres lo que ha de advenir es la responsabilidad de cada uno sobre este sentimiento de culpa que experimenta. Freud nos decía que si hay sentimiento de culpa es que hay crimen cometido. La inversión en la posición parental de la posibilidad de perdida del amor de los hijos nos convoca a una profunda reflexión. Bajo esta lógica se instala la gran dificultad de los padres de poder sostener una posición por el miedo a la pérdida del amor de los hijos, cuando la posibilidad de perdida de amor de los padres es lo que introduce la posibilidad de aceptar y hacer propios ciertos límites que permiten el encuentro con los otros de una forma razonablemente posible. Si no hay una renuncia no hay posibilidad de vivir con otros y allí es donde comienza la desconexión del mundo real y comienza el naufragio en el mundo digital.

Muy fácil así lo tiene el adolescente actual al perderse en el interminable e indeterminado océano de Internet y sus derivas, en donde el encuentro con otros puede empezar o terminarse con un simple click. Lo que para el adulto son las nuevas tecnologías para el adolescente ya son las viejas, porque lo actual tiene la particularidad de lo efímero, momentáneo y líquido.

Por un lado tenemos los twitts que a modo de un golpe disparan un mensaje acotado por 140 caracteres y por otro tenemos la fuerza y empuje constante de lo pulsional que busca de esta misma forma un destino al que dirigirse y un alojamiento que es siempre errante. Así es que lejos de pensar lo digital como un déficit, el advertir la lógica que sostiene la relación del adolescente con lo digital, nos permite mirar un horizonte que nos mueva en la dirección que abra nuevos caminos con las innumerables posibilidades frente a las que el adolescente digital se enfrenta, siempre teniendo el soporte que lo aliente a aprender a hacer con lo nuevo que siempre esta por venir.